Hoy en día sabemos que aprender a gestionar las emociones es esencial para tener calidad de vida. Saber cómo funciona la inteligencia emocional es clave para enseñar a los niños y niñas habilidades que les permitan integrarse socialmente.
La inteligencia emocional aporta beneficios como:
Mejorar la calidad en las relaciones entre las personas: Las personas empáticas son capaces de generar relaciones sólidas y duraderas con otras personas.
Aumentar la preocupación por otras personas: El valor de la solidaridad se basa en la capacidad de entender a otros y de preocuparnos.
Incrementar el rendimiento en la escuela: Los niños y niñas que son inteligentes emocionalmente son más productivos en la escuela, tienen mejor salud y prestan más atención en clase.
Mejorar la autoestima: Cuando aprendemos a identificar nuestras emociones y las entendemos, nuestra autoestima aumenta porque no dejamos que los sentimientos negativos controlen nuestra existencia.
Las emociones son sistemas de alarma rápidos que valoran si algo favorece o es una amenaza para lo que deseamos, es decir, nuestras metas u objetivos. Si tuviéramos que definir cuáles son sus funciones se podrían resumir en estas tres:
1. Movilizan al cuerpo. Activan cambios fisiológicos que nos preparan para actuar de inmediato.
2. Guían la percepción, la atención y la memoria, influyendo en cómo interpretamos y recordamos lo vivido.
3. Comunican nuestros estados internos a los demás, y construyen así nuestras relaciones y conductas sociales.
Reconocer e identificar para qué sirven nos aporta herramientas para mejorar el tanto nuestro bienestar como el de la sociedad en general. Sigue leyendo para descubrir cuál es su naturaleza, para qué sirven y cuáles son los mecanismos de aparición.
Una emoción es una reacción breve e intensa ante un estímulo interno o externo. Surge en el cerebro y se manifiesta en cambios corporales como el ritmo cardíaco, la respiración, o la tensión muscular; y en la conciencia, con sensaciones como la alegría, el miedo o el enfado. La emoción informa sobre una situación y moviliza recursos para afrontarla de forma eficaz.
Hay emociones básicas que se consideran universales porque todas ellas vienen acompañadas de expresiones faciales reconocibles en todo el mundo, como:
La alegría: señal de recompensa.
El miedo: alerta ante peligro.
La ira: impulso de defensa.
La tristeza: llamada de ayuda.
La sorpresa: indicio de novedad.
El asco: rechazo ante estímulos dañinos.
Pero también hay emociones que se consideran más complejas que surgen de la combinación o reflexión sobre las básicas. Pueden necesitar aprendizaje cultural o cognición elaborada, como:
La vergüenza: mezcla de tristeza y reconocimiento de un error social.
La culpa: conciencia de responsabilidad negativa.
El orgullo: alegre valoración de un logro propio o ajeno.
La envidia: descontento ante el bien ajeno.
Cada vez que sentimos una emoción externa, previamente, en nuestro cerebro, se activa todo un proceso que te detallamos a continuación:
1. Percepción del estímulo. Uno de los sentidos detecta un elemento relevante (sonido fuerte, mirada amable, olor desagradable). El sistema nervioso transmite esa información al cerebro.
2. Respuesta fisiológica. El hipotálamo y la amígdala generan cambios automáticos: variación de la presión arterial, liberación hormonal y activación muscular.
3. Cambio en la conducta. La persona adopta una postura, emite un sonido o realiza un gesto. La acción refleja la emoción: gritar, sonreír o apartarse.
4. Experiencia subjetiva. La mente interpreta la reacción corporal. La conciencia etiqueta el estado como “temor”, “placer” o “enojo”. Esa interpretación varía según la cultura y la historia personal.
Hay emociones positivas que impactan en nuestro bienestar, como pueden ser la alegría, la gratitud o la esperanza que mejoran nuestra salud física y mental y aumentan la resistencia al estrés. También fomentan la creatividad y la cooperación. Una rutina diaria que incluya reconocimiento de momentos agradables contribuye a un estado emocional estable.
Pero, aunque parezca mentira, las emociones negativas también son necesarias porque el miedo previene riesgos, la tristeza facilita el procesamiento de pérdidas y el enfado impulsa el cambio de situaciones injustas. Rechazar o ignorar las emociones negativas conduce a un malestar crónico; aceptarlas permite identificar problemas y diseñar soluciones.
Puedes hacer una serie de pasos que te detallamos a continuación que te ayudarán a recuperar el control y a evitar consecuencias negativas en tus relaciones y tu salud. Y si quieres algunas ideas para enseñar inteligencia emocional a tus hijos, aquí te dejamos unas cuantas.
Identificar el sentimiento con precisión: miedo, rabia o frustración.
Analizar su origen: situación, pensamientos o expectativas.
Regular la reacción con técnicas sencillas: respiraciones profundas, pausa antes de actuar o diálogo interno constructivo.
Expresar la emoción de forma saludable: conversación asertiva o actividad creativa.
Si quieres cuidar la salud emocional de tus hijos e hijas puedes realizar acciones como las siguientes:
1. Dales muestras de cariño. Es fundamental, para el buen desarrollo emocional de los niños y niñas, que sientan el cariño de sus padres. No basta con palabras, debe haber gestos, abrazos, besos.
2. Enséñales a entender sus emociones. En ocasiones los niños y niñas sienten rabia o miedo y no son capaces de entender por qué. Reflexiona con ellos para que sepan la emoción que sienten, le den nombre y aprendan a gestionarla.
3. Ayúdales a desarrollar su inteligencia emocional. La inteligencia emocional es la capacidad de entender las propias emociones y las de otras personas. Se puede fomentar con libros, por ejemplo, para que se comprendan qué sienten las personas en situaciones complicadas, de forma que los niños y niñas se pongan en su lugar.
4. Establece límites. Aunque es fundamental entender las emociones que sienten nuestros hijos e hijas, también lo es ponerles límites y decirles que no.
5. Escúchales. Los niños y niñas tienen sus propias opiniones y es esencial escucharles de forma activa. Fíjate en lo que dicen, en cómo lo dicen y hazles preguntas para que se sientan escuchados y comprendidos.
6. Pasa tiempo con tus hijos e hijas. Una de las mejores maneras de cuidar la salud emocional de nuestros hijos e hijas es pasar tiempo con ellos. Disfruta de ellos, pasea, juega, lee… Lo que más apreciarán es tu compañía.
Comprender las emociones y su función constituye la base para gestionar mejor la propia vida y la convivencia con los demás. Por eso, el desarrollo emocional es imprescindible en la educación infantil. Invertir en la inteligencia emocional de los más pequeños no solo mejora su bienestar y rendimiento académico, sino que también les prepara para enfrentar los desafíos de la vida con resiliencia y empatía.
Si quieres contribuir a una educación de calidad únete a nuestra ONG Educo y ayúdanos a que más niños y niñas lleguen donde se propongan.
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