Hemos hablado muchas veces de la necesidad de que niños, niñas y adolescentes sean reconocidos socialmente como agentes para el cambio. De lo importante que es que cuenten con espacio para poder reclamar sus derechos, sus ideas y opiniones. Un espacio reconocido como lo tiene la población adulta, donde puedan expresarse y compartir. Donde sean escuchados.
Sin embargo, el sistema actual niega invariablemente esta oportunidad a la infancia y la adolescencia. Las personas adultas tienden a pensar que los niños y las niñas no tienen derechos y dejan su implicación en la esfera pública para un futuro; para cuando crezcan. Pero, además, no es solo que se les arrincone y se les niegue el derecho de hacerse escuchar, sino que, encima, en numerosas ocasiones la infancia es ninguneada en el propio discurso de los adultos. Sucede en la esfera pública y en la privada. Sí, porque muchas veces usamos un lenguaje poco acertado, usando símiles no muy afortunados tipo “esto parece un patio de colegio”, “no hay quien te gane en infantilismo” o la sempiterna coletilla: “desde luego, pareces un crío”. Nuestro sistema es adultocentrista y las expresiones adultistas campan a sus anchas a diario.
El adultocentrismo es una forma de poder y privilegio de las personas adultas frente a las generaciones más jóvenes. Es un modelo en el que las relaciones son asimétricas en favor de las personas adultas. Las jerarquías y la dominación dependen de la edad de las personas, con lo cual solo las personas adultas pueden integrarse, ser productivas y alcanzar respeto. El adultismo, por su parte, es la forma de expresión de este sistema, donde el lenguaje, el comportamiento y las acciones usadas ponen en duda las capacidades de los menores de edad. La práctica de comportamientos adultitas se podría considerar una forma de falta de escucha y de empatía frente a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes.
Las actuaciones adultistas tienen un efecto pernicioso en la sociedad como conjunto y muchas de ellas están tan interiorizadas en la población adulta que forman parte del discurso habitual de la gente común. Se observa en los círculos cercanos y de confianza, y también en la esfera pública, a pesar de que allí precisamente se tendría que prestar especial atención al cuidado de la narrativa, por aquello de dar ejemplo. Pero el adultismo tiene las garras muy largas y se inmiscuye sin menor pudor en el discurso habitual de cada día, cuando equiparamos actuaciones reprochables de personas adultas con actitudes típicas de la infancia.
Hoy queremos mostrarte algunos ejemplos de adultismos basados en el lenguaje. Un simple vistazo a través de un buscador nos ha mostrado diferentes expresiones que se usan comunmente en la esfera pública.
La perpetuación de este lenguaje además tiene mucho que ver con la falta de escucha activa hacia los niños, niñas y adolescentes. Si pusiéramos atención a lo que nos piden y demandan, y les diéramos el espacio necesario para la toma de decisiones, todas estas actitudes adultistas irían desapareciendo, y con ellas el lenguaje, que por su parte favorece y alimenta el imaginario común de que los problemas de los menores son también menores. Y desaparecería además porque nos daríamos cuenta de que la infancia tiene mucho que aportar e igualmente puede darnos lecciones de vez en cuando. Y desaparecería porque si los escucháramos con atención conoceríamos de sobra los beneficios del patio del colegio. Sabríamos que es el rinconcito ideal donde desarrollar habilidades comunicacionales y tejer relaciones; que es un lugar para la educación, la protección y la formación de valores, y para la socialización y el ocio con los pares. ¿No crees que en vez de verlo como algo censurable y reprochable es más bien algo a lo que querer aspirar?
Aspiremos también a la eliminación del adultocentrismo pero bien entendido: las personas adultas no debemos renunciar a la responsabilidad de cuidar, orientar y guiar. Hay que estar al lado, acompañando, pero sin por ello anular la personalidad y el protagonismo de los niños, niñas y adolescentes. Las personas adultas hemos de saber posicionarnos en este escenario, sin desvincularnos ni excedernos.
Es importante mencionar también que el adultismo es contagioso y se reproduce. Niños, niñas y adolescentes terminan por creerse la falacia de tanto oírla. Asumen como ciertos los mensajes erróneos y no tardan en actuar de igual forma con aquellos menores que ellos. Porque ya sabes, dice la sociedad que el más pequeño es el más incapaz… Pero ¿y tú? ¿Has sabido salir de este discurso? ¿Sigue tu vida un patrón adultocéntrico?… Anímate a hacer nuestro Test de la escucha, ¡sal de dudas y aprende!
Ahora que llegan las navidades y seguramente pasemos más tiempo con los más pequeños de la casa es el momento idóneo para abrir bien las orejas con ellos y por ellas y practicar la escucha activa... ¡Es el mejor regalo de Navidad que puedes hacerles!
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