Worokia Coulibaly es de Malí, tiene once años y este curso finaliza primaria. A pesar de las dificultades en que vive, quiere seguir estudiando y llegar, en el futuro, a ser médica. El año que viene podrá empezar a hacer realidad su sueño gracias al apoyo de su familia y de Educo.
En Malí, la falta de escuelas y la poca importancia que se da a la educación de las niñas conlleva que muchas pequeñas dejen las aulas para ayudar a la economía doméstica o cuidar a sus hermanitos. Tan solo el 60% de niñas inicia la primaria y, de ellas, muchas ni siquiera finalizan este ciclo. En secundaria, el panorama es peor: solo una de cada cuatro accede a este nivel, un porcentaje que todavía es menor en comunidades rurales empobrecidas como Mamouroula, la aldea a orillas del río Níger donde vive Worokia.
Pero ella tiene la suerte de contar con el aliento de su familia y de Educo, que le apoyan en su escolarización. “Envío a mi hija a la escuela porque algún día podrá ayudar a la familia –nos cuenta su madre–. Es nuestra esperanza. Sus tareas de casa las hace antes o después de ir a clase. No es ningún problema”. Worokia es la segunda de cuatro hermanos. El mayor y su hermana pequeña también van a la escuela, mientras que el benjamín todavía no tiene la edad. El padre emigró a la capital, Bamako, en busca de oportunidades, y les dejó a cargo de un tío de los pequeños, que ejerce de jefe del clan familiar. Viven de la agricultura, como la mayoría de sus vecinos.
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En la escuela de Mamouroula
Cada día, Worokia se levanta al alba. Abandona su pequeña chabola donde los cinco miembros de la familia duermen en un único espacio de escasos metros cuadrados y sale al exterior, donde se lava la cara y los dientes y desayuna, generalmente un cuenco de arroz. A las ocho, va andando a la escuela junto a sus hermanos y otros niños del poblado. Al llegar, cada día cumple el mismo ritual: izado de la bandera nacional y canto del himno patriótico. Después, llegan las clases y los ratos de ocio. El colegio es un conjunto de dos pequeños edificios con aulas que acogen a 227 alumnos y una gran extensión de terreno que funciona como patio de juegos, comedor y – una parte– como huerto que genera buena parte de los alimentos que se consumen.
A ella le gusta ir a clase. Dice que le aporta “conocimientos”. En sus horas libres, juega con sus amigas al beni-beni (un pasatiempo infantil que consiste en saltar al ritmo de una canción popular sin perder el equilibrio) o a la comba. Todos los alumnos comen en la escuela a las doce. Hoy toca judías con cebolla y un poco de cordero. Antes de comer, los pequeños se lavan las manos concienzudamente. Después, por grupos, comparten la comida, que se sirve de manera colectiva en grandes recipientes. Por las tardes, cuando Worokia vuelve a casa, ayuda a su madre moliendo mijo, lavando los platos o sacando agua del pozo.
Mira aquí cómo es un día cualquiera en la vida de Worokia.
Acceso a secundaria
La niña se muestra segura de la importancia de estudiar. “Tendré diplomas y sabré más cosas”, nos dice. Quiere llegar a ser médica, un empeño difícil en un entorno desfavorable. Sin embargo, el año que viene, gracias a su esfuerzo y a su buen rendimiento académico, disfrutará de una beca de Educo para poder estudiar el segundo ciclo de educación básica (lo que equivaldría a secundaria). Para ello, deberá desplazarse cada día a una nueva escuela, situada en la cabecera departamental, a seis kilómetros de distancia. Por esto, la beca, además de cubrir los gastos básicos de escolarización (matrícula, material escolar, tasas de examen), también incluye la entrega de una bicicleta.
Pero el apoyo no se ciñe solo a la niña, sino que también se dirige a su madre, a la que se formará y orientará para que pueda mejorar sus medios de vida a través de pequeños negocios o la mejor explotación de sus cultivos. En este caso, el objetivo es que los ingresos adicionales puedan ayudarle a garantizar la escolarización de sus hijos.
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