Imelda es una mujer fuerte, sabia y con el coraje de haber sacado para adelante a su familia desde que tenía tan solo 10 años. La conocimos en nuestro proyecto Viviendo mis derechos en familia, en el que participa desde hace dos años. Ella misma nos cuenta cómo ha cambiado su día a día desde que llegó la crisis del coronavirus a su pueblecito de El Salvador, a más de 8.000 kilómetros de distancia de España.
“Mi nombre es Imelda y vivo en Morazán. Tengo 47 años y mantengo a mis cuatro hijos y tres nietos. Hace 12 años que vivo aquí, y sobrevivimos gracias a la cría de cerdos y gallinas: los cerdos los vendemos y las gallinas las intercambiaos por alimentos. Además, hago hamacas para venderlas o vendo comida de casa en casa.
Así era nuestra vida, siempre buscando formas de ganarnos el alimento, pero de repente se anuncia la pandemia y todo fue un caos. Por eso pensamos: ‘mejor ahorremos ahora porque no sabemos adónde vamos con esta crisis’. Tuve que concienciar a mis hijos de que la situación había cambiado: si hasta ahora nos comíamos tres tortillas, ahora había que comerse dos. No podíamos llenarnos, sino pasar como pudiéramos. La verdad es que en las zonas rurales siempre nos han marginado con el alimento. Como no hay trabajo en vez de ingresos solo hay gastos. Lo bueno es que hemos aprendido a sobrevivir en la abundancia y en la escasez.
El alcalde de la zona pasó repartiendo víveres, pero como somos bastantes, se terminaron rápido. Luego llegó la ayuda del gobierno y con ese dieron compré mucho maíz, un alimento indispensable para nosotros, aunque ahora está muy caro. Cuando ya pensábamos que no teníamos más, llegó la ayuda de Educo. Mis nietos están felices con la comida esperando a que les haga sus pastelitos.
La parte emocional ya es más complicada de gestionar porque te preguntas: ¿Cómo lo voy a hacer? los niños piden una cosa, piden otra... pero tienen que entender que la situación está difícil. También lo paso mal con las tareas de la escuela que les mandan los maestros. Les evían mucho material para que trabajemos y a veces les digo que no entiendo el plan de trabajo. Yo puedo ayudarles en lo básico, y es lo que intento siempre.
A pesar de lo mal que lo estamos pasando, en el proyecto de Educo aprendimos un hábito y lo estamos practicando ahora más que nunca: pasar tiempo de calidad en familia. Desde que nos levantamos hacemos la limpieza juntos; mientras mi hijo barre el patio o llena la llanta de agua para los pollitos, mi hija y yo nos ponemos a cocinar, hacemos el desayuno y nos sentamos a la mesa los cuatro a comer, y lo mismo hacemos para todos los tiempos de comida. Estamos creando un hábito muy bueno.
Pero hay cosas que no hemos podido superar y es la distancia con los demás: hace falta convivir, hace falta estar con las personas. Desde que participo en el proyecto, me he acostumbrado a saludar siempre con un abrazo, porque estimula mucho cuando uno está en un momento crítico emocional, y ahora ver a las personas y no poder hacerlo es una gran pérdida. ¡No se imaginan cuánto lo extrañamos!
Educo para mí ha sido de gran apoyo, no solo ahora. Siempre nos da impulso para seguir con nuestros medios de vida. Por eso, a todo el equipo de esta ONG y a todos los donantes de las diferentes partes del mundo, en mi nombre y en el de la comunidad, les quiero dar las gracias”.
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