Visualiza un reloj de arena en el que la tierra fina tarda siete años en atravesar el embudo. Pensarás que es mucho tiempo, ¿verdad? Pero ¿y se te decimos que justo los primeros siete años de vida de un niño o niña son claves para el desarrollo de su cerebro? Como dice el refrán, el tiempo es oro y no hay que perderlo.
Hay tres factores que influyen en el desarrollo de las capacidades cognitivas: el código genético que heredamos, la educación que recibimos y el grado de desarrollo de las conexiones entre neuronas. Está demostrado biológicamente que los niños y niñas nacen con una serie de circuitos en el cerebro, las conexiones neuronales, que perderán si no las usan. Pero también tienen la capacidad de crear otros circuitos que no tienen a medida que los va necesitando, es decir, logrará conectar dos neuronas separadas entre sí gracias a un estímulo.
Cuando el niño nace, o incluso cuando está en la barriga de la madre, las posibilidades de conexión son prácticamente ilimitadas, pero en el momento del nacimiento empieza una cuenta atrás hasta los siete u ocho años. A partir de esa edad, las posibilidades de constituir nuevos circuitos son prácticamente nulas.
Es por ello por lo que es tan importante empezar cuanto antes. Si los estimulamos correctamente, estaremos haciendo una inversión de futuro: un bebé estimulado será un niño despierto, un joven alegre y un adulto con ilusión por vivir la vida y participar en la sociedad.
La estimulación temprana empieza antes de que nazca el bebé y enseña a los padres las técnicas y actividades que permitirán desarrollar al máximo las capacidades físicas, sociales y emocionales del niño. No busca un desarrollo artificial, es decir, no pretende forzar al cerebro, sino todo lo contrario. Hace falta saber lo que al niño le interesa según la edad, y dárselo buscando siempre la utilidad para constituir los circuitos cerebrales.
Llevar a cabo proyectos de estimulación temprana también contribuye a la lucha contra la pobreza. Invertir en estimulación temprana asegura un beneficio cuantificable a corto y largo plazo, tanto para el niño como para su país. No obstante, su verdadero valor, contribuir a formar personas con capacidades y probabilidades de desarrollar una vida plena, no tiene precio ni medida.
Asimismo, desde hace varios años la tasa bruta de escolarización sitúa a Guatemala en los últimos puestos de América Latina: solo un 22% de niños y niñas menores de tres años reciben algún tipo de educación. Según nuestro último estudio al menos 1,4 millones de niños y niñas no reciben educación inicial y más de 500 mil menores de tres años no reciben ningún estímulo educativo. Había que ponerse a trabajar y así lo hicimos.
Maribel vive con sus cuatro hijos en Santa Cruz del Quiché, en Guatemala, y participa con los dos pequeños en nuestro proyecto Juego y aprendo desde temprana edad, que llevamos a cabo en 25 centros escolares del departamento de Quiché. Aquí atendemos, junto a las familias, a un promedio de 400 niñas y niños desde los cero a los cuatro años con la finalidad de estimular su psicomotricidad, afectividad, conocimiento y lenguaje, habilidades básicas para su desarrollo físico, mental y social y que contribuyen directamente al éxito escolar.
Llegamos a casa de Maribel y todo está en silencio: Tomasito y Anderson, de cuatro y dos años respectivamente, duermen. “Mis dos primeros hijos tuvieron muchas dificultades cuando comenzaron la escuela, no querían ir, lloraban cuando iba a dejarlos, no socializaban con los demás niños y al inicio tuvieron problemas de aprendizaje, mientras que con Tomasito fue diferente”, nos cuenta. Está muy contenta de formar parte de este programa ya que los resultados con sus dos hijos menores son evidentes.
Y es que Maribel ha aprendido hábitos y juegos que han ayudado a los más pequeños a potenciar su desarrollo: “He aprendido muchas cosas que antes no hacía, como crear hábitos de higiene con los niños para que no se enfermen, prepararles comida saludable y no chatarra; y, sobre todo, dedicar tiempo para jugar con ellos. Eso es muy importante” afirma.
Cuando le preguntamos a qué juegan en casa nos responde: “Jugamos a la lotería, a trabajar la memoria y a fútbol, así mejoran sus capacidades físicas, mentales y sociales y también sus emociones”. Tomasito, que actualmente cursa preprimaria bilingüe, es un niño muy sociable: “Cuando él era bebé, yo me integré al proyecto y con él practiqué muchas actividades que me enseñaron: le hacía masajes, le hablaba con cariño, le mostraba sus juguetes y le enseñaba colores, por eso para mí, Tomasito es la prueba de que la estimulación en los niños es importante, además, él no tuvo problemas para ir a la escuela, se integró con facilidad y socializa sin dificultad con sus amigos, juega en todo momento y aprende muy rápido” relata la madre con una sonrisa de satisfacción.
Anderson, es el hijo más pequeño, tiene dos años y su mamá nos cuenta que ya muestra grandes avances en sus habilidades de interacción: “A Anderson le hago masajes, le muestro colores, juego con él, le platico y veo que responde muy bien a todas las actividades que hacemos. Estoy segura de que cuando vaya a la escuela no tendrá dificultades de aprendizaje” expresa contenta Maribel.
Durante los meses que duró la pandemia, tanto Maribel como otras madres que participan en nuestro proyecto, siguieron recibiendo el apoyo de las educadoras del proyecto a través de llamadas telefónicas para orientarlas. Ahora, la situación ha mejorado, y las jornadas de formación se realizan de manera presencial, manteniendo las medidas sanitarias para la prevención de la Covid-19.
Cuando Maribel comienza a jugar con sus hijos, otros miembros de la familia aprovechan el espacio para integrarse a los juegos y juntos se divierten en el patio de la casa casi todas las tardes.
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