“Se está mejor en casa que en ningún sitio”, repetía como un mantra la pequeña Dorothy en la película El mago de Oz para poder volver a su casa, a lo conocido, al lugar seguro. Porque cuando se está bien, no hay ningún sitio mejor que tu hogar. Si eres padre o madre de un niño o niña pequeño, estarás de acuerdo en que uno de los mejores momentos del día es el momento de acostarlos. Oír su respiración profunda y acompasada y sentir que está bien, que está protegido y que nada malo le puede pasar, o al menos eso sientes y deseas.
Sentirse seguro y protegido, dos necesidades humanas casi tan importantes como comer, dormir o respirar, pero que no están cubiertas en muchos lugares del mundo. Hoy casi 90 millones de personas han tenido que correr en medio de la noche y huir de sus casas o de sus países por querer salvar su vida y la de sus hijos.
"Quien sea. Donde sea. Cuando sea. Toda persona tiene derecho a buscar protección".
En el post de ayer os contábamos cómo explicar a un niño qué es un refugiado, un migrante o un desplazado interno Pero ¿y si cambiamos la palabra refugiado, migrante o desplazado interno por persona? Porque al final, qué más da la etiqueta que le pongamos, sus historias son las mismas. Historias humanas de aquí y de allá, historias de terror, de superación, de valentía, y por qué no, de esperanza.
Cada 20 de junio es el Día Mundial del Refugiado un día designado por las Naciones Unidas para honrar a las personas refugiadas y desplazadas de todo el mundo. Hoy queremos ponerles cara, especialmente a los más pequeños, oír sus historias, empatizar con ellos y desde aquí rendirles un pequeño homenaje. ¿Nos acompañas?
Momtazul tiene 15 años. Tenía 10 cuando llegó a Cox´s Bazar a pie junto con su familia: "Los militares entraron a nuestra aldea. Torturaron a los hombres jóvenes y adultos y los mataron. Una noche, a la hora de la cena, vinieron y nos atacaron. Mi familia y yo lo dejamos todo y solo corrimos. Tardamos siete días en llegar a la frontera. Luego cuatro meses en la zona cero que era segura y después nos dejaron entrar a Cox’s Bazar donde nos dieron refugio y comida”.
Este joven participa en el club de adolescentes de Educo en el que reciben formación sobre sus derechos, sobre cómo proteger a los niños y niñas del trabajo infantil y qué hacer en caso de que sean víctimas de una violación: “Cuando veo a algún niño trabajando o cuando se va a organizar un matrimonio infantil, informo a Educo y entonces ellos toman la iniciativa. Antes de llegar a Bangladesh los días no eran mejores. Los niños no podíamos salir a la calle para ir a la escuela y jugar, solo teníamos miedo. Ahora voy al centro de aprendizaje, juego con mis amigos y mi hermano pequeño, ayudo a mi madre en las tareas domésticas y aprendo en el club. Me gustaría dar las gracias a Educo por crear una oportunidad de aprendizaje para nosotros".
Con tan solo nueve años la pequeña Aissata presenció como un grupo de terroristas armados atemorizaron a todo su pueblo natal, Gao, en el norte de Mali, y cerraron su escuela. La pequeña tuvo que huir junto a sus padres a un lugar más tranquilo para poder continuar con sus estudios y con una vida en paz y sin miedo. "Mis padres lo perdieron todo y yo ya no fui a la escuela porque los grupos terroristas armados cerraron nuestros colegios”, nos cuenta la pequeña.
Aissata y su familia llegaron a la región de Mopti, una zona del centro del país donde hay relativa seguridad y donde tenemos un proyecto de acogida y escolarización para niños desplazados. Aumentamos las plazas ofertadas, mejoramos la calidad de la educación y reformamos las aulas y los baños de las escuelas de las comunidades de acogida para que tanto los niños y niñas que llegan como los locales reciban una educación de calidad y en condiciones.
Aissata asiste con regularidad y muy contenta a la nueva escuela de la nueva comunidad de acogida en la que puede seguir con sus estudios: “He recibido material escolar de Educo como muchos otros niños desplazados", nos explica contenta.
Natalia es psicóloga en el albergue de acogida de Izmaíl, donde hospedamos a más de 130 mujeres con sus hijos e hijas. Ha tenido que desplazarse dos veces. La primera cuando huyó de Lugansk en 2015. No sabía cuánto durarían los enfrentamientos, así que se mudó, junto con su esposo y su hijo, que en ese momento tenía seis años y estaba en estado de shock, a otra área. Después de tres años regresaron a la primera ciudad para el funeral de su suegro. El niño, entonces de 9 años, recorrió su vieja casa despidiéndose de sus cosas: "adiós cama, adiós juegos, adiós habitación...". Después de este episodio, durante los siguientes dos años, tuvo un trastorno de estrés postraumático muy fuerte: cada vez que cruzaban un puesto militar ucraniano se desmayaba.
En febrero de este año vivían en Severo Donetsk cuando bombardearon Kyev. Escucharon los ataques y la primera reacción de Natalia fue abastecerse de agua para no quedarse sin en el refugio. Cuando su hijo la vio le dijo: “Es la guerra otra vez, ¿no? En la primera alarma el hijo estaba aterrorizado y se escondió en el armario. Siguieron las sirenas, bombas y disparos y cayó un cohete muy cerca, tan cerca que el niño huyó de la casa aterrorizado. Fue entonces cuando Natalia decidió que tenían que abandonar Severo Donetsk. El 1 de abril llegó al albergue de Izmaíl con su hijo.
El pasado mes de junio, unos amigos vecinos en Severo Donetsk regresaron a la ciudad para ir a ver sus casas y les enviaron un video en el que aparecía el hogar de Natalia completamente destruido por las bombas, su casa hoy se había convertido en escombros.
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